INTRODUCCIÓN El 25 de abril de 1974, a las doce y media de la madrugada, la Radio Renascença emitía la canción Grândola, vila morena, canción de José Afonso y que el régimen salazarista había prohibido al calificarla de música comunista, elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) como señal elegida para iniciar el golpe militar que iba a poner fin a la dictadura portuguesa del Estado Novo, la más antigua de Europa (1926-1974). Pero lo que debía ser un pronunciamiento militar para acabar con la dictadura y poner en marcha un proceso democratizador en Portugal, acabó convirtiéndose en uno de los procesos revolucionarios más profundos a nivel mundial de nuestra historia reciente. Para P. Huntington la Revolución portuguesa de 1974-75 desencadenó la tercera ola de democratización que experimentaría el mundo, y que al mismo tiempo, estaba inscrita en una oleada revolucionaria internacional a finales de la década de los sesenta y los años setenta del s. XX[1], que en Europa tuvo su expresión en el Mayo del 68 francés, el otoño caliente italiano de 1969, la caída de la dictadura de los Coroneles griegos en 1974 y las movilizaciones sociales en España tras la muerte del dictador Franco en 1975. Sin embargo, solo el caso portugués entró en una dinámica lo suficientemente radical como para amenazar al sistema capitalista. Tras la caída de la dictadura salazarista se abrió un periodo revolucionario en el de movilización de millones de personas en la vida política y social del país a través de los comités obreros de fábricas y los comités de vecinos en los barrios, comenzó un proceso de depuración de los elementos fascistas en las empresas y medios de comunicación, y en el ejército, los soldados participaban, discutían de política y cuestionaban las órdenes del mando militar. Fue la participación de la población lo que convirtió el golpe del MFA contra la dictadura en una revolución socialista, pues junto a las reivindicaciones democráticas, la depuración de los elementos fascistas del aparato del Estado, les acompañaban reivindicaciones laborales y sociales (condiciones de trabajo dignas, acceso a la vivienda y la cultura, la mejora de los barrios…). Todo ello acabó desembocando en un cuestionamiento del sistema político y económico, que fue interpretado como el principal obstáculo de sus reclamaciones. Por tanto, la revolución no está limitada solo al 25 de abril, sino que fue el comienzo de un proceso revolucionario que se extendería durante más de un año y que por diversos abatates de los acontecimientos, como veremos a continuación, solo entonces acabaría desembocando en la instauración de un régimen parlamentario. EL FINAL DEL RÉGIMEN SALAZARISTA La larga dictadura iniciada en 1926 garantizaba a la burguesía el dominio económico y político de Portugal, mientras que el Estado a través de la represión, aseguraba esta situación. Las grandes fortunas portuguesas se sustentaban en una mano de obra muy barata y en las materias primas procedentes de las grandes colonias que Portugal poseía en África y Asia. Estos eran los dos grandes pilares que sustentaban la economía del país, y que al mismo tiempo era una prueba de su debilidad. En cuanto a los sectores económicos, hacia 1973 la economía portuguesa estaba controlada por una oligarquía monopolística industrial y financiera con fuertes lazos entre sí. Grandes empresas como CUF (Companhia União Fabril) que controlaba el sector químico o el grupo Champalimaud que poseía el monopolio siderúrgico[2] eran importantes holdings con inversiones en la industria y sector bancario. En el sector agrario, las desigualdades eran también enormes, especialmente al sur del país, donde se concentraban los grandes latifundios. La miseria se reflejaba en la emigración: casi 1.5 millones de portugueses abandonaron el país entre 1958-1974, casi el 50% de la población activa y el 17% de la población rural[3]. Portugal fue el único país del mundo que vio disminuir su población entre 1960 y 1970. Un hecho que profundizó la miseria de la clase trabajadora portuguesa fue la guerra colonial que había estallado en 1961. Desde mediados del s. XX, las diferentes colonias africanas habían comenzado un proceso de independencia de sus metrópolis europeas, y Portugal sufría sus consecuencias. El dominio militar directo portugués sobre sus colonias era fundamental para que siguiesen circulando las materias primas baratas que Portugal necesitaba para que continuase funcionando su economía. El ejército portugués que combatía la rebelión de las colonias llegó a estar compuesto de más de 120.000 soldados en vísperas de la Revolución, con un importante componente nativo en el ejército para hacer frente a la escasez de soldados nacionales[4], a pesar de las grandes levas que sufría la población[5]. Para evitar la desmoralización y la subversión social el régimen ocultaba el transcurso de la guerra con patrióticos discursos radiofónicos[6]. Las consecuencias de la guerra se hicieron notar en la economía portuguesa. La fase final de la dictadura se caracterizó por un gran esfuerzo económico del país para hacer frente a los gastos bélicos, de la que tuvo que encargarse la población a través de una insoportable presión fiscal. En 1961, el 35,6% del presupuesto del país estaba destinado a la guerra; en 1973, se elevó a más del 45% (superada en la época por Israel y algunos países árabes que estaban en guerra) y que fue sufragada por medio de un incremento del 73% de los impuestos indirectos a comienzos de los años setenta[7]. Los gastos de la guerra no eran la única fuente de miseria de la población. Junto a la enorme carga fiscal, se sumó los primeros efectos de la crisis económica mundial de 1973. El paro o la fuerte inflación rebajaron la capacidad adquisitiva de las clases bajas y medias. A pesar de esta debilidad estructural de la economía portuguesa, existía una fuerte clase obrera, fundamental para comprender el proceso revolucionario, que se había consolidado en las décadas de 1950 y 1960 por medio de los Planes de Fomento que el régimen puso en marcha entre 1953 y 1973 y que consolidó ciudades como Oporto y Lisboa como importantes centros industriales gracias a la inmigración del campo a la ciudad8. Esa clase obrera muy concentrada sería protagonista de todos los acontecimientos claves del proceso revolucionario. LAS MOVILIZACIONES CONTRA LA DICTADURA A comienzos de 1970, la dictadura portuguesa estaba muy debilitada y no contaba con amplio apoyo social. Se mantenía por inercia política y por la represión y el miedo infundido por la PIDE (Policía Internacional y de Defensa del Estado, policía de la dictadura) y la Legión Portuguesa (grupo paramilitar de ultraderecha afín al régimen). En 1968, con la muerte de Salazar, el jefe del Estado nombra a Marcelo Coetano como jefe de gobierno con el objetivo de renovar el régimen con figuras más dinámicas y aperturistas. Comienza un proyecto de renovación aminorando la censura, ampliando la cobertura de la seguridad social e incluso concediendo mayor autonomía a la representación de sindicatos[8]. Los intentos renovadores debían concretarse en las elecciones legislativas de octubre de 1969, en el que la oposición veía con expectación, especialmente los socialistas, que creían que podían ser el primer paso de una paulatina transición. No obstante, la inercia autoritaria del régimen impidió unas elecciones libres y la división de los sectores de la oposición, dieron como resultado una victoria aplastante de los candidatos oficiales a la Asamblea. Había triunfado el sector «continuista» y las expectativas de cambio se vieron frenadas[9]. Todo ello representaba una señal de debilidad, por temor a que abandonar la represión significase el final de un régimen que estaba moribundo, lo que animó la lucha contra la dictadura. El 1 de abril de 1970, aprovechando la autonomía concedida por Coetano, se crea la Intersindical, una agrupación de unos 30 sindicatos integrada en una central única. La última etapa de la dictadura es de claro ascenso del movimiento huelguístico. Entre octubre de 1973 y el 25 de abril de 1974, en un contexto de inflación galopante y subidas de impuestos indirectos, más de 100.000 trabajadores de los núcleos industriales, miles de jornaleros del sur del país iniciaron huelgas que sacudieron el país. En vísperas de la revolución, y pese a la brutal represión, más de medio millón de trabajadores estaban organizados en sindicatos englobados en la Intersindical, en la que el PCP (Partido Comunista Portugués) tenía una influencia decisiva[10]. Así, antes del golpe de abril protagonizado por el MFA, la dictadura estaba tocada de muerte y la sociedad portuguesa se encontraba en un avanzado estado de movilización. EL MOVIMIENTO DE LAS FUERZAS ARMADAS El inicio de los conflictos coloniales serios y, finalmente la guerra declarada a partir de 1961, implicaron un cambio en la composición de clase de la suboficialidad del ejército. Las dificultades de la guerra y el gran número de bajas cambiaron la perspectiva que tenían tradicionalmente las elites sociales hacia el ejército. Ahora, alistarse significaba jugarse la vida. La suboficialidad debió ser ocupada por las capas medias, una de las pocas alternativas a la emigración en un contexto de fuerte crisis económica[11]. Este cambio causó que el descontento existente en la sociedad se expresase más fácilmente en el seno del ejército. Tras más de una década de guerra, la perspectiva de una victoria militar se alejaba cada vez más. Y es que el ejército portugués no se enfrentaba a otro ejército regular, sino a movimientos guerrilleros de liberación nacional con un amplio apoyo social (MPLA en Angola, el FREMILO en Mozambique, el FRETILIN en Timor Oriental y el PAIGC en Guinea-Bissau[12]). El cansancio de la guerra se reflejaba en el elevado número de deserciones que no dejaron de crecer desde 1965 y que alcanzaron los 107.000 prófugos[13]. Era el reflejo del odio que esta guerra generaba entre la juventud y la mayor parte de la sociedad portuguesa. Para un sector creciente de oficiales de graduación media implicados directamente en la guerra colonial, esta tenía cada vez menos sentido. En las principales colonias la población autóctona era mucho más numerosa que los colonos portugueses. Para muchos oficiales y soldados, combatir a la guerrilla y maltratar a la población autóctona para defender los intereses de la minoría blanca era una fuente de desmotivación. Además, el ejemplo de la guerra del Vietnam había ejercido un efecto disuasorio entre los militares portugueses. El ejército más fuerte del mundo, el de EE.UU. llevaba casi veinte años combatiendo sin éxito a una guerrilla muchísimo menos dotada militarmente. Además, como varios soldados y suboficiales procedían de las universidades, donde estaban acostumbrados a discutir sobre la guerra, la dictadura y la recesión económica mundial, estas discusiones acabaron penetrando en el ejército15. La presión que sentía el ejército desde abajo (repudio de la población a la guerra) y la presión desde arriba, pues el gobierno acusaba al ejército de ser incapaces de ganar rápidamente la guerra, sentaron las bases para el surgimiento del Movimiento de Fuerzas Armadas. El MFA nació originariamente con el nombre del «Movimiento de Capitanes», con el objetivo de cubrir los puestos de mando que exigía la guerra. Para hacer frente a la falta de suboficiales, el gobierno decretó en verano de 1973, que tras un cursillo, los soldados reenganchados que habían concluido su servicio obligatorio, pasaban al grado de capitán, sin tener que esperar a que sus homólogos de la Academia Militar llegaran al mismo grado[14]. Así, las primeras reuniones que darían lugar al MFA, discutían esta muestra de desprecio hacia los militares de carrera, al mismo tiempo que reivindicaban mejoras salariales. Más tarde, estas discusiones pasaron a tratar las causas de la guerra y los intereses perseguidos en ella. En diciembre de 1973, la MFA llegó a la conclusión de que había que finalizar el conflicto «de manera política y no militar» y poner fin al gobierno, sustituyéndolo por una «Junta de Salvación Nacional»[15]. EL GOLPE DEL 25 DE ABRIL La característica principal del golpe de Estado del MFA es que fue incruento, salvo la resistencia de los miembros de la PIDE. En la madrugada del 25 de abril de 1974 el MFA, portando claveles en las armas, tomó Radio Renascença, para emitir Grândola, vila morena, elegida como señal para que los militares salieran a la calle. A las dos y media de la tarde, el MFA informaba que Marcello Caetano, estaba cercado por fuerzas militares en el cuartel de la GNR (Guardia Nacional Republicana) del Carmo y otros miembros del gobierno estaban en la misma situación en el cuartel del regimiento de Lanceros nº2[16]. Estos dos cuarteles, junto al cuartel de la PIDE, la cárcel de Caxias (cárcel de presos políticos que la PIDE utilizó de rehenes) y algunos locales de la Legión Portuguesa y centros policiales eran los pocos focos de resistencia que restaban. El MFA envió un ultimátum a los cuarteles en los que se refugiaban miembros del gobierno. A las cuatro de la tarde, Lanceros nº2 se rendía incondicionalmente. Poco después, a las cinco y media, se rendían la GNR y Marcello Caetano. Por su parte, Américo Thomaz, presidente de la República, era detenido en su casa a la misma hora. Era el fin de cuarenta y dos años de dictadura. El último foco de resistencia, el cuartel de la PIDE, se rendía a las 9:45 del 26 de abril19. La acción del MFA fue acompañada de una enorme movilización civil, que salió a la calle, participando con los militares en todos los episodios claves del derrumbamiento de la dictadura. Los soldados y suboficiales conectaron inmediatamente con los civiles que se estaban movilizando, pues el grueso de los soldados no era más que hijos de trabajadores y campesinos. Las libertades fueron conquistadas por la fuerza, y los aparatos represivos del régimen fueron suprimidos. En los meses que siguieron al golpe de abril se desató un intenso y amplio movimiento reivindicativo y huelguístico. El 1º de Mayo de 1974, 600.000 personas se manifestaban en Lisboa y decenas de miles más en otras ciudades del país. En todas las empresas se crearon las Comisiones de Trabajadores, elegidos por la base, que se convierten en la forma preponderante de organización de un poderoso movimiento huelguístico y reivindicativo afectando a todos los sectores[17]. Entre las principales reivindicaciones de esta primera oleada huelguística (mayo-junio 1974) está el establecimiento de un salario mínimo digno, incrementos salariales y el derecho a vacaciones, así como la depuración de los elementos fascistas en la dirección de las empresas. Se producen las primeras ocupaciones de fábricas y los primeros elementos de control obrero, tendencias que irán acentuándose. Los logros sociales son evidentes: a mediados de mayo, los trabajadores consiguen un salario mínimo de 3.300 escudos y un mes de vacaciones pagadas por el empresario. En general, lograron avances importantes en las condiciones laborales. En junio, la oleada de movilizaciones empieza a trasladarse al campo, activando la organización y la lucha de los jornaleros de la región meridional del Alentejo[18]. [1] S. P. Huntington, La Tercera Ola. La democratización a finales del s. XX, Paidós, 1994, Barcelona, p. 33. [2] Su fundador; António de Sommer Champalimaud era el hombre más rico de Portugal. [3] H. de la Torre, El Portugal de Salazar, Arco Libros, Madrid, 1996, p. 71. [4] J. Sánchez Cervelló, La Revolución de los Claveles en Portugal, Arco Libros, Madrid, 1997, p. 16. [5] Los jóvenes portugueses debían realizar un servicio militar de cuatro años, dos de los cuales los pasaban en las colonias [6] Esta actitud del gobierno tiene sentido si analizamos las cifras de víctimas de la guerra: entre 1961 y 1974 murieron aproximadamente 15.000 jóvenes y unos 30.000 quedaron inválidos o mutilados. [7] J. Rosich, La Revolución de los Claveles, Fundación Federico Engels, Madrid, 2013, p. 14. 8 H. de la Torre, Op. cit., p. 70-71. [8] Ibíd., p. 77. [9] Ibíd., p. 78-79. [10] J. Rosich, Op. cit., p. 16. [11] M. Leguineche, Portugal, la revolución rota, Felmar, Madrid, 1976, p. 11. [12] J. Sánchez Cervelló, La revolución portuguesa y su influencia en la transición española (1961-1976), Nerea, Madrid, 1995, p. 69. [13] J. Sánchez Cervelló, La Revolución de los Claveles…, Op. cit., p. 16. 15 J. Rosich, Op. cit., p. 18. [14] J. Sánchez Cervelló, La revolución portuguesa… Op. cit., p. 127. [15] J. Sánchez Cervelló, La Revolución de los Claveles… Op. cit., p. 61-62. [16] M. Leguineche, Op. cit., p. 76. 19 Ibíd., p. 77-79. [17] J. Rosich, Op. cit., p. 21. [18] Ibíd., pp. 21-22.
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AutorAitor Ruiz-Valdepeñas (UAM) |