Hacia principios del siglo XX los imperios coloniales europeos controlaban el 85% de la superficie global[1]. Esto, a su vez, significaba controlar una buena parte de las transacciones comerciales y tener acceso a grandes cantidades de materias primas del mundo[2]. Las naciones occidentales que ejercían este control colonial justificaban su supremacía con las ideas de raza que estaban de moda en esta época y que mezclaban la ciencia darwiniana y el nacionalismo: lo que hoy se conoce como el darwinismo social. Esta manera de pensar mediante la cual el hombre europeo se creía superior al resto de los demás clasificará a los pueblos del mundo desde una perspectiva civilizatoria.
El triunfo de la Revolución Bolchevique, en plena Primera Guerra Mundial, supuso un duro golpe para Londres y París. Cuando los revolucionarios tomaron el Palacio de Invierno en 1917, una de las actuaciones que más dañaron a los imperios británico y francés fue la publicación de los Acuerdos de Sykes-Picot que hasta entonces se mantenían en secreto entre las potencias de la Triple Entente. La publicación de estos documentos crearon un gran enfado entre la población árabe, que a la sazón era parte del Imperio otomano, ya que, anteriormente, británicos y franceses les habían prometido a los árabes de Oriente Próximo la independencia después de vencer en la guerra. A causa de esta traición, los futuros movimientos nacionalistas árabes desconfiarían de los europeos en las próximas décadas. El baazismo y el nasserismo son el ejemplo más claro de los movimientos antioccidentales en esta región que surgirían en las décadas siguientes. Por otro lado, en Europa, la firma del Tratado de Brest-Litovsk, firmado entre Trotsky (Comisario del Pueblo para las Relaciones Exteriores en aquel momento) y los representantes de las potencias centrales, y la consecuente retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial fue la consecuencia más inmediata del triunfo de los bolcheviques en la guerra. El tratado supuso la retirada de los socialistas de la guerra a cambio de una gran pérdida territorial. Pero la firma de este tratado, no trajo una verdadera paz ya que la guerra civil volvería a traer el conflicto las tierras de lo que antes era el Imperio zarista. La Guerra Civil Rusa atraería a la gran mayoría de las fuerzas imperialistas y capitalistas occidentales al bando del Ejercito Blanco zarista contra los bolcheviques resultando estos últimos en vencedores. En 1918, el presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson realizaría una propuesta de paz que constaría de catorce puntos. Las acciones de Woodrow Wilson se enmarcan en un contexto en el que el capitalismo y el socialismo se encontraban cara a cara. Las palabras del presidente más que buscar la libertad y libre desarrollo de las naciones oprimidas, buscaban el debilitamiento de las potencias centrales y el fortalecimiento de los EEUU frente a unos imperios europeos occidentales (Reino Unido y Francia) ya en decadencia, además del intento de crear un frente de naciones capitalistas aliadas de occidente (Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia,…) que hiciesen de muro de contención contra la amenaza bolchevique[3]. Ejemplo de esto es el hecho de que si bien después de acabar la gran conflagración se crearon nuevos estados a raíz del desmembramiento de las antiguas potencias centrales (siendo el más característico el caso del Imperio de Austro-Hungría), de las potencias aliadas no nació ningún nuevo país (y no precisamente por falta de condiciones puesto que, por ejemplo, Irlanda llevaba bajo ocupación británica casi permanente desde el siglo XII). De los catorce puntos expuestos por Wilson, seis (8º, 9º, 10º, 11º, 12º y º13º) hacen referencia a la liberación y libre desarrollo de regiones que eran parte de las potencias centrales (Polonia, Checoslovaquia, Balcanes, Alsacia y Lorena o Tirol del Sur, esta última, aun siendo de mayoría étnica germana pasó a ser parte de Italia) pero, en cambio, no se hace ninguna mención sobre la independencia de otras regiones que también buscaban su autonomía dentro de las fronteras de las potencias de la Entente. Lenin también rechazó la adhesión del recién nacido estado socialista a la Sociedad de Naciones propuesta por Wilson argumentando que esta organización no tenía ningún sentido mientras los imperios occidentales siguiesen controlando la mayoría de la esfera global mediante sus colonias. El presidente Wilson pretendía hacer de los EEUU el país que garantizase el equilibrio de potencias como en los siglos anteriores hicieren los británicos y los franceses, pero en este caso contra lo que él veía como la nueva amenaza contra el orden establecido, esto es, el socialismo bolchevique, creando un cinturón de potencias aliadas a la vez que debilitaba la capacidad de los imperios centrales. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército soviético seria el que más sufriría la guerra. Los soviéticos llevaban luchando solos en Europa desde mayo de 1940 cuando las potencias occidentales fueron derrotadas en Francia, tres cuartas partes de la Wehrmacht se concentraban en el frente del este y las bajas soviéticas, tanto militares como civiles, fueron elevadísimas (27 millones de muertes, de las cuales 18 serían civiles). Las bajas de las potencias occidentales de Estados Unidos, Reino Unido y Francia en su conjunto, en comparación, fueron ínfimas (no llegaron al millón). Stalin, valorando la gravedad de las consecuencias que la Primera y Segunda Guerra Mundial habían tenido sobre la población soviética, tomo como ejemplo los Catorce Puntos de Woodrow Wilson, pero esta vez a la inversa. Los países que anteriormente Wilson había impulsado, esta vez quedarían dentro de la esfera soviética (Polonia, Checoslovaquia, Balcanes…). El objetivo de Stalin era evitar un nuevo avance de Alemania contra la URSS que en las dos guerras mundiales había penetrado fácilmente causando la muerte de alrededor de 39 millones de personas soviéticas. En conclusión, podemos decir que el surgimiento de una potencia que no rezase con el modelo económico de las potencias capitalistas occidentales trastocó el tablero de alianzas que se conformaría durante el resto del siglo siguiente. La URSS se convertiría en el enemigo principal a batir a excepción de los seis años de la Segunda Guerra Mundial en los que el Eje supondría el enemigo común de todas las potencias. Las consecuencias de la revolución bolchevique se siguen viendo aún a día de hoy en la formación de las alianzas internacionales ya que pese a la caída del bloque socialista, Moscú sigue siendo el principal enemigo de la OTAN.
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