1. “Mujeres de confort” Pasan los años, ya han transcurrido más de setenta desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y es cada vez mayor la dificultad para acceder al testimonio de quienes presenciaron aquel conflicto que ha mantenido muchas heridas abiertas. Así sucede con las mal denominadas “mujeres de confort” del Japón Imperial[1], cerca de unas 200.000 mujeres de las que sólo quedan 46 supervivientes en Corea del Sur[2]. Estas mujeres fueron obligadas a vivir hacinadas en “casas de confort” que actuaban como burdeles en los que habían de satisfacer sexualmente a los soldados japoneses. Se trata de un sistema de explotación sexual de carácter institucional controlado por el gobierno con el apoyo y promoción del propio Estado nipón, que se encargó de extenderlo por la gran mayoría de los países ocupados. La Corte Penal Internacional[3] llegó a tipificarlo como crimen de guerra al sucederse en el marco de un contexto bélico, y como crimen de lesa humanidad por constituirse como un ataque sistemático y de forma generalizada contra un sector concreto de la población[4]. Esta forma de explotación por parte de Japón nació en Shanghái en 1931 en el contexto del conflicto entre éste y China después de que el Estado nipón ocupara el espacio de Manchuria. De esta forma pretendía construir un Estado títere en marzo de 1932, convirtiéndose Shanghái en uno de los campos de explotación sexual más importante del ejército nipón, junto a otros centros situados en Kwantung, Corea del Sur o Japón[5]. Japón apenas necesitará cinco años, durante su segunda guerra contra China, para comenzar la construcción de este tipo de edificios a gran escala[6]. 2. Centros de explotación sexual Estos centros pueden clasificarse según su tipología, por la cual existían centros dirigidos por el propio ejército o, en su defecto, por la policía militar. Estaban destinados exclusivamente a los militares o a civiles que habían sido contratados por el ejército. A éstos se suman los recintos bajo control civil oficialmente, pero que en la práctica quedaban bajo la supervisión del ejército; y las instalaciones abiertas a todo tipo de público con un trato de favor hacia los militares. Igualmente, se puede seguir una segunda clasificación en función del tipo de clientela:
También eran múltiples las unidades de paso que frecuentaban estos centros u otras tantas que llevaban a sus propias esclavas al frente. Tal y como se ha mencionado anteriormente, ya en los años cuarenta la existencia de estos centros se había generalizado por la mayoría de los territorios ocupados por Japón. Se puede hablar de su presencia en China, Hong Kong, la Indochina francesa, Malasia, Tailandia, Birmania, Nueva Guinea, el archipiélago japonés de Okinawa, las islas Boni, Kuriles, Sajalín, Hokkaido, Singapur, Borneo, las Indias Orientales holandesas y Filipinas[7]. Surgen para dar respuesta a varias problemáticas que se daban entre los militares en el transcurso de un conflicto bélico. Por un lado, se pretendía hacer frente al alto número de violaciones que sucedían. Tal es el caso de la Masacre de Nanking en la que, según el Tribunal de Tokio, se produjeron más de 20.000 violaciones a lo largo de las seis semanas que sucedieron a la toma de la ciudad[8]. Por otro lado, se buscaba evitar el contagio masivo de enfermedades de trasmisión sexual entre los militares que traían consigo largos periodos de recuperación que impedían que permanecieran en el frente[9]. A estos factores se suma la intención de evitar insurrecciones por parte de un ejército desmotivado y desalentado, y la presencia de espías. Teniendo en cuenta estos factores, se tomó la decisión de construir estos centros como una forma de mantener satisfechos a sus soldados y controlar con qué tipo de mujeres mantenían relaciones sexuales. De esta forma, no habrían de recurrir a la violación y evitarían así también que “mujeres de bien” quedaran expuestas a este tipo de ataque que suponía la exclusión social de la víctima. Esto nos lleva a hablar de dos elementos fundamentales que rompen con esta lógica. En primer lugar, resaltar el hecho de que en ningún momento se trató de potenciar una educación basada en el respeto hacia las mujeres y el castigo hacia aquellos que incumplían la legislación al ejercer un acto de estas características. A esto se añadiría la ausencia de moralidad al permitir este tipo de actuaciones siempre y cuando quedaran dentro de los muros de estos centros. No se ha de olvidar que estas mujeres eran captadas, secuestradas y obligadas a someterse a estos hombres y a cualquiera de sus caprichos sexuales. Cabe añadir que, además, esta nueva política no sirvió para nada porque el número de violaciones no descendió en absoluto, apelando a que se violaba a las mujeres nativas porque les resultaban mucho más atractivas. En segundo lugar, se ha de resaltar esa visión de la mujer como un objeto al que se puede recurrir cuando uno considere oportuno aprovechándose especialmente de la pobreza a la que se veían sometidas muchas de ellas en estos países. 3. La vida en “las casas de confort” Estas mujeres eran confinadas en estos centros donde sufrían maltrato físico y psicológico a diario. En un principio se recurrió a prostitutas locales que eran trasladadas a sitios controlados. Sin embargo, pronto surgió la necesidad de agregar más mujeres, pues muchas caían enfermas o exhaustas al tener que hacer frente a más de una decena e, incluso, veintena de soldados al día. El ejército imperial, mediante contratistas, anunciaba ofertas de trabajo en el campo de la enfermería o el servicio de limpieza. Tras su reclutamiento, eran llevadas por la fuerza para ser convertidas en esclavas sexuales[10]. La forma en que eran “reclutadas” variaba en gran medida en función de su procedencia. En el caso de las japonesas debían tener más de veinte años y ser elegidas de entre un grupo de prostitutas, ya que Japón era partícipe en la legislación que prohibía el tráfico de mujeres y niños, si bien es cierto que trasgredía esta normativa constantemente. Las coreanas solían ser engañadas con la oferta de “trabajar para y por su país”, otras tantas eran vendidas por sus familias o reclutadas empleando la violencia para ello. Fue tal el pánico que se generó entre la población coreana que cuando en 1944 la Gobernación General de Corea trató de movilizar a mujeres mayores de catorce años, pronto se temió que fueran destinadas a convertirse en esclavas sexuales, por lo que muchas fueron escondidas en el campo o en las casas[11]. En lo que respecta a las mujeres chinas, son pocos los testimonios de esclavas sexuales en este país. Aquí las órdenes de secuestro procedían directamente del ejército, que proporcionaba los recursos básicos para el sustento de esta red siendo así menos frecuente la existencia de intermediarios. Igualmente, al no ser muchas las mujeres chinas que hablaran japonés a diferencia de las coreanas, la preferencia hacia estas últimas era mayoritaria. En estos centros las mujeres vivían hacinadas en habitaciones de un tamaño tan nimio que apenas cabía un colchón y un armario, separadas en muchos casos unas de otras mediante simples cortinas o toallas. Habían de mantener relaciones sexuales todos los días con más de una veintena de soldados teniendo apenas un día libre a la semana. Sus “jornadas laborales” abarcaban prácticamente todo un día, pudiendo descansar apenas unas horas los sábados tras las revisiones médicas a las que se veían sometidas. Era tal el sufrimiento que habían de padecer que muchas de ellas recurrían al consumo de drogas no sólo como una forma de aliviar los dolores físicos que padecían, sino también como una forma de evasión de la realidad a la que se tenían que enfrentar a diario. Si caían enfermas debían costearse entre el 50 y el 100% del tratamiento, incluidos los tratamientos para paliar aquellas enfermedades de transmisión sexual que les contagiaban los propios soldados. Los gastos procedentes de ropa, cosméticos y otras necesidades cotidianas se sumaban a sus deudas y se retenían sus supuestos honorarios[12]. Esto imposibilitaba cualquier tipo de ahorro, incluso en el caso de las mujeres que no habían contraído ningún tipo de deuda, ya que muchas de ellas no recibían su dinero con la excusa de que era destinado a un ahorro obligatorio o a un aparato de contribuciones a la defensa nacional[13]. La gran mayoría se quedaron sin nada tras haber logrado liquidar sus deudas al no recibir ningún tipo de salario ni paga por parte de los soldados. Unas pocas consiguieron ahorrar algo de dinero pero no sirvió más que para sufrir pérdidas con el paso del yen antiguo al nuevo y el aumento de la inflación tras la guerra. Además, al haber nacido en las colonias, no pudieron acceder a ese dinero al concluir la guerra. Igualmente, las mujeres a las que se les obligó a aceptar moneda militar lo perdieron todo porque ésta carecía de valor tras su derrota en la guerra[14]. Una vez se produjo la rendición y ocupación por parte de Estados Unidos se sucedió el miedo entre el gobierno nipón, temiendo que los soldados estadounidenses ejercieran el mismo tipo de actuación que ellos habían llevado a cabo en los territorios de ocupación y se sucedieran las violaciones. Por esta razón, se crearon centros de consuelo para que, mediante el sacrificio de algunas mujeres –procedentes en su mayoría de las categorías sociales más bajas-, se garantizara la seguridad de la mayoría. Sin embargo, tal y como cabía esperar, no tuvo ningún tipo de éxito y el número de violaciones aumentó considerablemente. El ejército nipón aceptó tras la Segunda Guerra Mundial dinero procedente de Estados Unidos para crear nuevos campos de prostitución forzada, fundándose en 1945 la Recreation and Amusement Asociation (RAA). Sin embargo, en 1946 Eleanor Roosevelt ejerció presión para que se prohibiera el uso militar de estas mujeres, logrando que así sucediera. Ahora bien, según parece, esta prohibición llegó tras comprobar que más del 50% de los soldados padecían enfermedades de transmisión sexual[15]. En lo que respecta a aquellas que padecían esta situación de esclavitud tras la guerra, muchas fueron repudiadas por parte de la sociedad y de sus propias familias. Fueron múltiples los casos de mujeres que sufrieron graves trastornos físicos, como fracturas y roturas de muchos de sus miembros o la esterilidad e incapacidad para tener hijos. Igualmente, los trastornos psicológicos eran muy comunes, experimentando importantes dificultades para interactuar con su entorno, siendo capaces de permanecer en silencio con la mente en blanco durante días. Una cantidad elevada de estas mujeres fueron incapaces de mantener de nuevo relaciones sexuales por temor a que se reprodujeran los comportamientos violentos que habían sufrido. 4. Violencia sexual en los conflictos bélicos Tal y como explica Lydia Cacho en Esclavas de poder: un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en el mundo, nos encontramos ante una problemática promovida por el propio Estado japonés, fomentando así una cultura de normalización de la esclavitud como respuesta aceptable a la pobreza y a la falta de acceso a la educación[16]. Es más, convivimos con la idea de que a los propios soldados se les entrena para odiar al otro, a un pueblo al que ni siquiera conoce hasta el punto de convertirlo en algo propio de su personalidad. Dentro de esta lógica del odio de la que se viene hablando, las mujeres son uno de los epicentros del mismo, entendidas como seres sin vida. En muchos casos son empleadas como prostitutas y, de esta forma, componen una terapia de relajación para los soldados. Este hecho no se puede despreciar o convertirlo en algo baladí o exclusivo del ejército japonés, ya que se pueden poner otros tantos ejemplos de Estados que han utilizado a las mujeres como objetos sexuales. De hecho, en 1964 Estados Unidos contaba en su historia con la explotación sexual de más de 400.000 mujeres, siendo ciertamente conocidos los denominados como “burdeles estadounidenses en Asia”[17]. Ejemplos similares se podrían mostrar en otros países del continente europeo o América, que convirtieron Tailandia y Filipinas en sus campos de explotación sexual por excelencia; si bien es cierto que en estos casos no contaban con un apoyo gubernamental directo como sí sucedía en Japón. De esta manera, la violencia sexual se convierte en un arma de guerra, es un medio de venganza y de demostración de superioridad; de tal forma que las mujeres, al entenderse como meros objetos, son arrebatadas al enemigo como si fueran puros trofeos. Así pues, la guerra normaliza el hecho de que un soldado pueda salir y adueñarse del cuerpo de una mujer mientras, en paralelo, recibe folletos para aprender sobre los derechos humanos. Por tanto, la violencia sexual es, junto a la muerte, una parte intrínseca de una serie de rituales militares aceptados como una forma de reafirmación de la masculinidad. Esta reafirmación es otro de los componentes fundamentales dentro de esta dinámica, ya que entra dentro de lo que Yoshimi Yoshiaki denomina como la “lógica del privilegio masculino”[18], por la cual aquel hombre que no practica sexo no es verdaderamente un hombre y su vida carece de utilidad. 5. El reconocimiento en la actualidad. Todas estas historias salen a la luz en 1988 cuando Yun Jong-ok denunció el aislamiento que las mujeres de consuelo surfrían. A partir de ahí surge un debate que se incrementa apenas tres años después cuando tres mujeres surcoreanas presentan una demanda ante el Tribunal de Primera Instancia de Tokio en el que exigían el reconocimiento de los crímenes cometidos, una indemnización, la persecución de los implicados, la disculpa oficial por parte del gobierno unido a la corrección de los libros de textos en los que no aparecían ningún tipo de mención acerca de este crimen efectuado por su ejército. A ésta se sumaría una nueva demanda de cuarenta mujeres de consuelo procedentes de Filipinas, que concluyó con la resolución del Tribunal de Primera Instancia de Tokio en 1999 por la que se les negaba cualquier tipo de indemnización. El reconocimiento de este atentado contra la dignidad de la mujer iba a chocar con diversos obstáculos que llegan hasta el presente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que tener que el Tratado de San Francisco (1951)[19] implicaba una protección automática frente a cualquier tipo de reclamación futura por parte de las víctimas de los crímenes perpetrados a lo largo del conflicto. En segundo lugar, el gobierno japonés negó cualquier tipo de responsabilidad sobre estos actos. Hubo que esperar al 14 de agosto de 1996 para apreciar un primer indicio de disculpa por parte del gobierno nipón en una carta enviada en nombre del primer ministro Hashimoto Ryotaro. Sin embargo, se trata de una owabi, un término que en japonés puede hacer referencia a una profunda disculpa o a una expresión cuyo equivalente en español sería un mero “disculpe”. En este owabi se sigue sin reconocer la implicación del gobierno japonés en estos delitos. Por ello, mantiene su negación sobre cualquier tipo de responsabilidad jurídica y, como consecuencia, a aprobar una indemnización directa hacia las víctimas. Para evitar esta problemática de una indemnización directa, en junio de 1995 se había decidido, gracias a la promoción de un considerable grupo de profesores de la Universidad de Tokio, crear el Fondo para las Mujeres Asiáticas. Este Fondo sería el resultado de la contribución de los ciudadanos japoneses, gracias al cual se logró recaudar un total de 4 millones de dólares. Una tercera problemática viene de la mano de los libros de texto de historia en los que en esos años se había evitado todo lo posible mencionar este episodio. Para poner fin a esta omisión en 1996 se anunció que todos los libros de historia aprobados por el Ministerio de Educación habían de hablar de las mujeres de consuelo, aunque en muchos casos esta mención se limitaba a una o dos breves líneas. Como respuesta, se crea la Asociación Japonesa para la Reforma de los Libros de Historia, apoyada por políticos conservadores y organizaciones religiosas, que promovía la recuperación de una historia de Japón basada en la exaltación de sus bondades. A pesar de todo, en 2015 se llegó a un principio de acuerdo entre Corea del Sur y Japón. En este acuerdo el gobierno nipón aceptó su responsabilidad ante estos crímenes, y se comprometió a pagar una indemnización de 7,6 millones de euros a partir de un fondo gestionado por el gobierno surcoreano. Gracias a este nuevo pacto se han suavizado las tensiones entre ambos países, cuyos gobiernos habrían potenciado un nacionalismo que se han visto obligados a suavizar si querían retomar las relaciones[20]. Esta Asociación y su reivindicación engarza con el gran óbice al que se tienen que enfrentar estas mujeres: el nacionalismo como componente integrador de la personalidad japonesa. A diferencia de otros países vencidos durante la Segunda Guerra Mundial como Alemania, Japón se ha esforzado por ensalzar sus actuaciones en este conflicto considerando que no difieren en medida alguna de las de otros países. Este nacionalismo ha favorecido en gran medida que el Estado no se haya visto forzado a pedir un perdón verdadero y a dotar de una indemnización ejemplar frente a las víctimas. [1] “Mujeres de confort” era el término empleado por el Imperio japonés para evitar mostrar la realidad de estas mujeres esclavizadas. [2]http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/12/151228_japon_corea_esclavas_sexuales_mujeres_confort_disculpas_compensacion_aw [Consulta: 10/02/2017] [3] La Corte Penal Internacional nace en 1998 a partir del Tratado de Roma, convirtiéndose así en el primer tribunal internacional destinado a investigar y llevar ante la justicia a individuos responsables de cometer crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio. Fue el primero en incluir la violencia sexual o de género dentro de estos crímenes de guerra y lesa humanidad. [4] Corte Penal Internacional <https://www.icc-cpi.int/asp> [Consulta: 15/02/2017] [5] CACHO, Lydia. Esclavas de poder. Un viaje al corazón de la trata sexual de mujeres y niñas en el mundo. Barcelona, Ed. Debate, 2010. Pág. 184 [6] YOSHIAKI, Yoshimi. Esclavas sexuales. La esclavitud sexual durante el Imperio Japonés. Barcelona, Ediciones B, 2010. Pág. 30 [7] http://www.eldiario.es/politica/Esclavas-filipinas-Segunda-Guerra-Mundial_0_478052415.html [Consulta: 10/02/2017] [8] GOMÀ, Daniel. “La vergüenza de Hirohito”, en Historia y Vida, nº 520 (2011). Págs. 70-78 [9] YOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Págs. 55-66 [10] CACHO, Lydia. Op. Cit. Pág. 182 [11] YOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Págs. 91-124 [12] YOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Págs. 130 [13] YOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Págs. 137-140 [14] ASYOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Págs. 137-140 [15] CACHO, Lydia. Op. Cit. Pág. 185 [16] CACHO, Lydia. Op. Cit. Págs. 180-199 [17] CACHO, Lydia. Op. Cit. Pág. 182 [18] YOSHIAKI, Yoshimi. Op. Cit. Pág. 206 [19] Tratado de paz firmado el 8 de septiembre de 1951 por las potencias aliadas junto a Japón en el que se reconocía la rendición del Estado nipón, poniendo fin formalmente a su posición como una potencia imperial. [20] http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/28/actualidad/1451291986_427860.html [Consulta: 14/03/2017]
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